viernes, 27 de enero de 2012

ARENDT - Por Esposito

Filosofía Dimensiones de la pensadora alemana:
Hannah Arendt y el inquieto siglo XX  Por Roberto Esposito

El pensamiento de Hannah Arendt tiene plena vigencia. Ella no sólo fue testigo y víctima de algunos de los hechos más dramáticos del siglo XX, sino que además reflexionó sobre los mismos de manera honda y original, uniendo elementos teóricos y vitales. Se presentan algunas aproximaciones tanto a su teoría política como a determinados aspectos de su vida.
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¿Es posible para un autor considerado con justicia, junto a Max Weber y Carl Schmitt, entre los máximos pensadores políticos del siglo pasado, no ser ni autoritario ni liberal, ni conservador ni progresista, ni de derecha ni de izquierda? Es lo que ocurre con Hannah Arendt, a través de una obra que corta transversalmente, destripándola, toda la filosofía política moderna en busca de aquel núcleo de sentido que tal filosofía ha removido o renegado en sus protocolos oficiales. ¿Pero por qué resulta la Arendt así de refractaria a todas las tradiciones consolidadas, así de irreductible y sobrepasadora respecto de las rejillas interpretativas en las que estamos acostumbrados a encasillar textos y lenguajes, pensamientos y autores? Se trata de un gesto radical, de un desgarro que, incluso antes de los contenidos, rompe la propia forma de la filosofía política, entendida como la prescripción normativa de determinados valores o comportamientos a partir de una concepción general -aquello que en maneras diversas han hecho Hobbes y Rousseau, pero también Platón y Marx-. Contra esta prepotencia de la teoría, el objetivo principal de la Arendt es el de liberar la política de tal vínculo constrictivo y de asumirla en sí misma, en su figura originaria de acción compartida de la pluralidad de los ciudadanos.

La tesis fundamental de la autora, tal como se expresa sobre todo en aquel ensayo magistral de antropología filosófica que es The Human Condition, es que este cristal brillante del obrar en común -reconocible en forma arquetípica en el escenario agonístico de la polis griega- ha sido empañado y luego cada vez más irremediablemente desfigurado mediante su sustitución por algo distinto que ha asumido de vez en vez los nombres de soberanía, representatividad, voluntad general -todos dispositivos conceptuales volcados a reducir la natural multiplicidad del obrar político a la jaula de la unidad-. Desde este punto de vista, la democracia misma, nacida hacia el fin de los regímenes absolutistas, no ha tenido fe en las propias promesas, deslizándose rápidamente en la gestión gubernativa de parte de una clase profesional que de por sí impide toda forma de participación civil. Y así es como, en el curso del tiempo, la democracia ha estado confinada en pocos eventos reducibles, por una parte, a las frágiles experiencias de autogobierno que a veces han escandido los cambios de régimen y, por la otra, a la revolución estadounidense. Como sostiene la autora, no sin cierto forcejeo historiográfico y conceptual, en el ensayo de mitad de los años sesenta, On Revolution, la revolución estadounidense ha sido la única -respecto de la francesa y, sobre todo, de la soviética- en haber seguido siendo esencialmente política; es decir, haber resistido la transposición en términos sociales que han consignado a las otras al dominio de la necesidad y de la violencia. Aunque en aquel caso, sin embargo, por un tiempo demasiado breve, porque la libertad conquistada podía consolidarse en forma de democracia directa al punto de evitar el retorno de aparatos burocráticos inclinados a confiscar el bien público a favor de la antigua distinción entre quienes mandan y quienes obedecen.


Totalitarismos
.De aquí una espiral de progresiva regresión, destinada a confluir, a través de la doble deriva del antisemitismo y del imperialismo, en el torbellino del totalitarismo. Como resulta de su célebre libro de 1951, dedicado precisamente a la reconstrucción genealógica de sus orígenes, el totalitarismo del siglo XX es el extremo paroxístico de esa reductio ad unum que ha marcado todo el trayecto de la modernidad. Ya en ésta, de hecho, se preanunciaba aquella dinámica despolitizante -definida por la primacía de las categorías de producción sobre las de acción- llevada a su culminación terrorista en el proyecto literalmente nihilista del nazismo y del estalinismo.

De manera que, no obstante la diferencia de presupuestos y de finalidad, mancomunadas en un único agolpamiento mortífero, está la idea de hacer de la naturaleza humana -es decir, del propio cuerpo del hombre- el objeto de una transformación radical de la historia en términos de raza o de clase.
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Infiernos
.Cuanto de este modelo interpretativo resulte convincente es una interrogante que se puede dejar abierta. Que él tienda a homologar en exceso fenómenos de caracteres diversos, como han sido, indudablemente, el nazismo y el comunismo, es más que probable. Que la misma modernidad termine por perder sus diversas almas en una suerte de embudo en el que todo al final parece converger en el infierno de Auschwitz y Kolyma, también es un dato difícilmente disputable. Y, sin embargo, una lectura acabada deja la impresión de una inteligencia abrasadora y de un rigor ético que, sobre todo en las páginas sobre los campos de exterminio nazistas, toca un vértice que no tiene igual en la literatura política contemporánea. Lo que caracteriza su obra, como se ha dicho, no es un conjunto de preceptos ético-políticos sobre lo que deba ser una sociedad justa -sino, antes bien, la individuación áspera y radical de aquello que seguramente no lo ha sido-. Desde este punto de vista, su pensamiento bien puede ser definido como impolítico -si con este término se quiere indicar la superación de las tradicionales dicotomías políticas en busca de algo que no se logra asir-. Es decir, lo que la Arendt nos invita a reconocer en nuestra sociedad enferma de entropía política es la potencia innovativa implícita en el hecho de que el mismo hombre, desde su venida al mundo, es un inicio.

Como decía su San Agustín: initium ut esset, creatus est homo ("para que haya un inicio fue creado el hombre").

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