miércoles, 22 de mayo de 2013

EL MITO DE LA CIVILIZACIÓN Nunca antes, como en estos tiempos, se ha escrito y debatido tanto y con tanta intensidad sobre el grado civilizatorio alcanzado por la humanidad. Ya sea por la caída del socialismo real, por el fin de la historia y de las ideologías (que decretara Fukuyama), ya sea por el fin de siglo y el comienzo del nuevo milenio occidental y cristiano, por el jubileo o la posmodernidad y hasta por la edad post-humana1 y la revolución que produjo la decodificación del genoma humano; sea cual haya sido la razón (o tal vez por la sumatoria de todas), parece cierta la voluntad del hombre de tratar de percibir una vez más, por donde transitará la vida en este planeta durante los siglos que vendrán. Cuando pensamos en esto la primera sensación que experimentamos es la del asombro y también la del miedo, porque parece que la humanidad se ha disparado repentinamente hacia el espacio y se ha olvidado de nosotros. Es una sensación como de que se ha conformado un mundo paralelo que poco o nada tiene ya que ver con nuestras vidas, ya que nosotros seguimos siendo “nosotros” sin mayores estridencias y nuestros sueños y angustias no han experimentado ningún cambio desde que el hombre es hombre sobre la tierra. Y tal vez sea cierto, tal vez la ciencia y la tecnología se hayan convertido en un fin en sí mismo. El conocimiento como necesidad, como un medio para sortear las dificultades de la vida, para ir mejorando la calidad del existir, fue convirtiéndose poco a poco en un juego, o sea en las infinitas posibilidades de reinterpretar la realidad, de modificar los objetos y la existencia misma y parece que esas posibilidades se han agotado, que el juego ha terminado, que llegamos al final. Pareciera que el desarrollo científico/tecnológico no está muy lejos de llegar al límite de lo posible. Y es que ya casi no quedan misterios que no sucumban ante los microprocesadores, ante la razón y la inteligencia del hombre. Hemos hecho posible lo que ayer nomás era impensado y en cierta forma eso nos aterra. No sabemos si cuando descorramos el último misterio lo único que encontremos, sea la nada más absoluta. Ahora bien, cuando pensamos en estas cosas tenemos que ser conscientes que nos estamos haciendo las mismas preguntas que, por ejemplo, se hacían los filósofos griegos, miles y miles de años antes de que nosotros tuviéramos conciencia siquiera, de que el mundo existiese. De que nos ha servido en definitiva haber jugado todo el juego, si al final llegamos al mismo punto de donde partimos? Me gustaría repensar desde aquí el problema que planteamos. Porque, es bueno aclararlo desde el comienzo, los parámetros aceptados para medir el proceso civilizatorio, parecen ser demasiado inconsistentes, demasiado interesados, demasiado, en definitiva, fraudulentos como para seguir reciclándolos. La civilización occidental y cristiana (por llamarla de alguna forma) es una civilización que un determinado momento de su desarrollo se objetivó de manera absoluta y esto explica (aunque sea en primera instancia) por qué hoy vivimos en una lógica de los objetos. Se ha subvertido el orden natural y los utensilios (ya sean las primeras herramientas de piedra que nos ayudaron a sojuzgar la naturaleza, o sean los sofisticados utensilios cibernéticos de hoy) se han independizado de nosotros y no solo se han independizado, sino que han pasado a manejar nuestro destino2. Esta inversión del orden natural, es (a mi parecer) el principal indicador de la crisis civilizatoria del hombre. De qué estamos hablando? El supuesto mito de la civilización, esa aparente sensación de que no hay nada ya indescifrable, es realmente un mito. La ciencia y la tecnología, el pensamiento en última instancia, solo han avanzado de manera significativa en el plano de los objetos. Que nos pueden decir los decodificadores del genoma humano acerca de la tristeza, acerca del amor o la ira? El conocimiento científico ha sido hasta el momento incapaz de predecir y hasta de comprender en muchos aspectos, el comportamiento humano. En el “Partido revolucionario y la batalla cultural en América” hemos planteado este tema, por lo que no voy a volver sobre lo ya dicho. Queda claro que esto no siempre ha sido así, ni siquiera para el pensamiento occidental y cristiano. Hasta la modernidad el pensamiento occidental (al decir de Kusch3) se desplazó, como todo pensamiento verdadero, sobre una “doble vectoralidad”, o sea, tanto en el plano racional, como en el emocional, tanto en lo material como en lo espiritual, tanto en términos de entrancia como de exterioridad (que es decir la misma cosa). A esto Kusch llamaría: “un pensamiento total” y el pensamiento occidental lo fue hasta la Modernidad. La “muerte de Dios”4 si bien fue necesaria desde el punto de vista de terminar con el fanatismo religioso como “tapón” del conocimiento, nos ha sumido en una angustia existencial que perdura hasta nuestros días. Hasta ese momento el hombre estaba amparado por lo divino y la existencia de lo supranatural daba la posibilidad de trascender lo material, la vida aquí y ahora y esa posibilidad trascendente daba, en términos de entrancia, una cierta lógica al mundo, un cierto equilibrio a un universo concebido como lucha de contrarios, de lo fasto y lo nefasto, en el cual el hombre intervenía a través del ritual conciliando el desgarramiento del universo, equilibrando los contrarios para que la vida fuera posible. No podemos confundir (entrados ya en el tercer milenio de occidente) la espiritualidad con la religión y la religión estudiada y analizada desde la mismísima cultura de los objetos, no es más que una manipulación de ese mundo objetivado, no es más que un socio cómplice de esa subversión del orden natural y es por eso y solo por eso, que “la muerte de Dios fue necesaria e inevitable”. Pero el problema es que no hemos podido llenar el vacío que provocamos. El conocimiento y la razón, el trabajo creador (o sea el ideal de la Modernidad), no han podido liberarnos, no han posibilitado el desencadenamiento de todas nuestras potencialidades y esto es, como ya hemos dicho, porque a mitad de camino se subvirtió el orden de las cosas. Ese espíritu renacentista, humanista, iluminista tenía una jerarquización muy clara, todo aquello (el conocimiento, la razón, el trabajo creador) estaba ligado indisolublemente y subordinado, al bienestar del hombre. La inversión de los términos es lo que analizan Marx y Engels en “El Capital”, o sea la conversión del hombre en mercancía (en fuerza de trabajo que necesita venderse y que por tanto cae en la esfera de los objetos). Es por eso que podemos decir que el desarrollo científico/tecnológico, (que también puede ser explicado en gran parte como una forma de evitar la caída de la tasa de ganancia), lejos de habernos liberado, nos ha enajenado y de esto ya no hay duda; tal es así, que la reproducción incontrolada e ilimitada de los objetos y su encaramamiento en la cúspide civilizatoria, está amenazando seriamente (quizás mucho más seriamente de lo que pensamos) la supervivencia misma de la especie y el entorno donde se ha desarrollado. En otro trabajo yo he intentado desarrollar puntos de contacto (para mí evidentes) entre algunos planteos de Kusch y lo que Marx elaboró en torno a la mercancía. Estas posibilidades de exploración me parecen inagotadas, lo que sí me atrevo a plantear (no de manera original, sino apoyado por toda una generación de nuevos científicos) es que la civilización, en los términos en los cuales nos han educado, quizás constituya el fraude más grande en la historia de la humanidad. El “mito de la civilización” es un mito creado por el capitalismo, o quizás, seguramente ya de manera anterior en el proceso de formación del capitalismo, para ser más exactos. Este mito ayudó a consolidar su lógica y su lógica (como ya lo señalamos) es antagónica con la preservación de la vida en este planeta. No solo es falsa la dicotomía, la división entre “civilización y barbarie”, sino la de “historia y prehistoria”, las nociones de “desarrollo” y “progreso” y de todo un arsenal de categorías con las que se ha manejado el mundo desde finales del siglo XIX y que hoy, como parte de ese mito, son presentadas como una verdad irrefutable, como “la forma natural de ser del mundo”, cuando en realidad esas construcciones ideológicas pertenecen a un lapso insignificante de tiempo en la historia del hombre sobre la tierra, son como alguien dijo “solo un parpadeo en al historia del mundo”. La batalla cultural/ideológica, no es otra cosa que la pretensión de incorporar al sentido común de nuestra especie, el mito civilizatorio capitalista; cuando en realidad la historia de la humanidad tiene (por usar las mismas categorías del enemigo) muchísimos, pero muchísimos miles y miles y miles de años más de “barbarie” que de “civilización”. Todo esto está además “convalidado por la ciencia” y como ya hemos dicho en otros trabajos la ciencia a demostrado que no es neutral; decimos esto por la sencilla razón de que si la ciencia hubiese sido neutral, si existiese un conocimiento científico independizado de los factores de poder, la ciencia hubiera estado al servicio del hombre y no al de su explotación. No hubiera convalidado “el mito civilizatorio” y tan es así que hoy se habla ya de la edad post-humana, en el sentido que la ciencia podría realizar lo que la “ingeniería social” (léase las revoluciones) no ha podido. La ciencia no solo a convalidado sino que también ha mentido en pos de ese mito capitalista. La Apolo 11 no llegó a la luna, el HIV es un arma biológica creado artificialmente; las imágenes de los iraquíes ultimando a los enfermos del hospital Kuwatí, eran tan solo un montaje mediático, etc., etc., etc.. Es decir la ciencia como ya lo dijimos en varios de estos trabajos ha sido parte interesada con respecto a la mantención del status-quo mundial. Federico Engels termina su “Origen de la familia” escrito en 1884 con el siguiente párrafo: “Los intereses de la sociedad son superiores y anteriores en absoluto a los intereses individuales, y unos y otros deben concertarse en una relación justa y armónica. La simple caza de la fortuna no es el destino final de la humanidad, a lo menos si el progreso continúa siendo la ley del porvenir como ha sido la del pasado. El tiempo transcurrido desde el advenimiento de la civilización no es más que una fracción ínfima de la existencia pasada de la humanidad, una fracción ínfima del tiempo futuro que aún le queda por delante. La disolución de la sociedad se yergue amenazadora ante nosotros, como el término de una carrera histórica cuya meta es la fortuna, porque semejante carrera encierra elementos de su propia ruina. La democracia en la administración, la fraternidad en la sociedad, la igualdad de derechos y la instrucción general, inaugurarán la próxima etapa superior de la sociedad, a la cual tienden constantemente la experiencia, la ciencia y la razón. Será una rediviviscencia de la libertad, igualdad y fraternidad de las antiguas gentes, pero bajo una forma superior” Me aferro a esta afirmación de Engel como un náufrago al madero; la nueva sociedad será una vuelta a la barbarie después de haber alcanzado el máximo grado posible de desarrollo científico/tecnológico?. Si es así, esto echa por tierra toda la mitología del capitalismo posmoderno. Si el pensamiento (como dice Kusch) se desarrolla sobre una doble vectoralidad: una objetivada o externa y una no objetivada o interna, es decir espiritual y material, quiere decir que el ideal de desarrollo civilizatorio, sería aquel en el cual los dos vectores se hubiesen desarrollado de la forma más armónica posible. Quiere decir también que determinados grupos de hombres, debido a los largos períodos de aislamiento de que fueron objeto las sociedades primitivas, debido a un sin número de factores históricos y culturales y del entorno geográfico y hasta del azar, hayan podido experimentar procesos evolutivos particulares y diferenciados, que se pueden haber desplazado con mayor intensidad, sobre uno u otro vector de pensamiento, no necesariamente igual al proceso experimentado por otro pueblo, en otro lugar y con otras características. El fraude comienza cuando medimos a un pueblo por su desarrollo tecnológico, o por ser más exactos por sus objetos ahislados del cosmos al que esos objetos pertenecen. Alguien dijo una vez, por ejemplo, de que sirve una rueda en la montaña (aludiendo al hecho de que los incas “desconocían” la rueda) y yo me atrevería a decir que en la “barbarie” había una cierta coherencia entre lo material y lo espiritual, entre el utensilio y la cosmovisión a la que servía. Por otro lado el utensilio bárbaro era un producto cultural y no como en muchos casos del mundo civilizado, occidental y cristiano, donde muchas veces era una apropiación de otras culturas y no el producto de una edad que de paso sea dicho, fue en muchos aspectos, un retroceso con respecto al mundo grecolatino y del oriente próximo. Es más sería una simplificación pensar que el saqueo de occidente sobre el resto del mundo fue solo obra de la ambición desmedida, creo que hubo mucho de barbarie en el real sentido de la palabra, o sea de fundamentalismo, de incapacidad para comprender y por ende valorar aquellos pueblos que se iban incorporando después de cada viaje, al restringido “mundo conocido” de señores y vasallos. El error es medir a los demás con nuestros propios parámetros culturales y en el caso del occidente cristiano, esos parámetros son esencialmente los bienes materiales. Se podrían trazar cientos de paralelismos entre el ibero que llegó a nuestras tierras y las diferentes culturas originarias de América y realmente no sé si tenga sentido hacerlo ya que alguien podría pensar que aquí se está planteando un etnocentrismo de sentido inverso. Lo que sí queda claro para cualquier observador serio es que el hecho de que en América las culturas originarias hayan seguido otros itinerarios de desarrollo, no quiere decir ni remotamente que eran menos civilizadas que el europeo del medioevo, más bien en muchos aspectos, todo lo contrario es cierto. Si el pensamiento (como dice Kusch) se desarrolla sobre una doble vectoralidad: una objetivada o externa y una no objetivada o interna, es decir espiritual y material, quiere decir que el ideal de desarrollo civilizatorio, sería aquel en el cual los dos vectores se hubiesen desarrollado de la forma más armónica posible. Quiere decir también que determinados grupos de hombres, debido a los largos períodos de aislamiento de que fueron objeto las sociedades primitivas, debido a un sin número de factores históricos y culturales y del entorno geográfico y hasta del azar, hayan podido experimentar procesos evolutivos particulares y diferenciados, que se pueden haber desplazado con mayor intensidad, sobre uno u otro vector de pensamiento, no necesariamente igual al proceso experimentado por otro pueblo, en otro lugar y con otras características. El fraude comienza cuando medimos a un pueblo por su desarrollo tecnológico, o por ser más exactos por sus objetos ahislados del cosmos al que esos objetos pertenecen. Alguien dijo una vez, por ejemplo, de que sirve una rueda en la montaña (aludiendo al hecho de que los incas “desconocían” la rueda) y yo me atrevería a decir que en la “barbarie” había una cierta coherencia entre lo material y lo espiritual, entre el utensilio y la cosmovisión a la que servía. Por otro lado el utensilio bárbaro era un producto cultural y no como en muchos casos del mundo civilizado, occidental y cristiano, donde muchas veces era una apropiación de otras culturas y no el producto de una edad que de paso sea dicho, fue en muchos aspectos, un retroceso con respecto al mundo grecolatino y del oriente próximo. Es más sería una simplificación pensar que el saqueo de occidente sobre el resto del mundo fue solo obra de la ambición desmedida, creo que hubo mucho de barbarie en el real sentido de la palabra, o sea de fundamentalismo, de incapacidad para comprender y por ende valorar aquellos pueblos que se iban incorporando después de cada viaje, al restringido “mundo conocido” de señores y vasallos. El error es medir a los demás con nuestros propios parámetros culturales y en el caso del occidente cristiano, esos parámetros son esencialmente los bienes materiales. Se podrían trazar cientos de paralelismos entre el ibero que llegó a nuestras tierras y las diferentes culturas originarias de América y realmente no sé si tenga sentido hacerlo ya que alguien podría pensar que aquí se está planteando un etnocentrismo de sentido inverso. Lo que sí queda claro para cualquier observador serio es que el hecho de que en América las culturas originarias hayan seguido otros itinerarios de desarrollo, no quiere decir ni remotamente que eran menos civilizadas que el europeo del medioevo, más bien en muchos aspectos, todo lo contrario es cierto. El arqueólogo Richard Rudgley en su reciente trabajo “Los pasos lejanos/una nueva interpretación de la prehistoria” , demuestra de manera inobjetable que el desarrollo humano ha sido siempre y lo será, una empresa colectiva. Rudgley sostiene y fundamenta a través de los estudios de otros científicos como los de la rumana Marija Gibuntas, que los avances de la civilización no aparecen “de repente” como un hecho mágico y espontáneo, ni como producto de la inteligencia de un grupo de hombres geniales y totalmente originales que influencian a los demás pueblos (notoriamente menos inteligentes y desarrollados) propiciando así un avance civilizatorio. No, de ninguna manera. Los más recientes estudios están revolucionando totalmente las ciencias arqueológicas. Los rígidos esquemas con los que se ha pretendido medir el grado civilizatorio de los pueblos en general y del hombre particular están sucumbiendo ante las nuevas teorías y los estudios de campo. Estamos hablando aquí de cosas tan elementales como que a determinado período (paleolítico, neolítico, edad de bronce o de hierro y sus correspondientes subdivisiones) le corresponde determinado grado de desarrollo material y espiritual, así de manera automática, cosa que es totalmente falsa y no solo falsa, sino que a estas alturas es ya inoperante como esquema. Incluso se ha trasladado esta forma de analizar las cosas al plano del desarrollo intelectual (por decirlo de alguna manera) del hombre en distintos periodos, instalando la imagen de un hombre cuasi animal y por ende muy diferente a la idea de lo humano que hoy tenemos. Si tomamos como indicadores los más comunes y generalmente aceptados como la escritura, los sistemas de contabilidad, el dominio tecnológico y la creación de objetos materiales, el arte y la religiosidad, los conocimientos médicos, la organización social, etc., como reveladores del grado civilizatorio al que un grupo de hombres han arribado, no podemos más que sorprendernos ante las nuevas investigaciones. El hombre desde el principio mismo de los tiempos ha albergado casi las mismas capacidades y potencialidades, no solo en el neolítico, sino hasta en el paleolítico se han encontrado evidencias de protoescritura , de sistemas de contabilidad numérica basados en fichas de cerámica con un valor determinado y es más, almacenadas en basijas como si se tratara de un archivo. El dominio ya en la “mal llamada prehistoria” de la astronomía, a través de calendarios solares y lunares y de la combinación de ambos, lo que presupone una práctica de la agricultura miles de años más temprana que lo normalmente aceptado. La existencia de sistemas religiosos con sus cultos, sus simbologías, que junto con el arte (concebido como hoy lo hacemos ) demuestra una capacidad de abstracción, para nada distante, de la que hoy podemos tener. El dominio no solo de la medicina, mediante el empleo de vegetales y minerales para el tratamiento de las enfermedades, la acupuntura, etc., sino de muchas técnicas quirúrgicas como las trepanaciones de cerebro, las cesáreas, los arreglos dentarios, presuponen no solo un conocimiento nada desdeñable del cuerpo humano y sus distintos sistemas, sino también un dominio asombroso de las técnicas y del instrumental adecuado para llevarlas adelante. El dominio de la minería, de la pirotecnología, la obtención y elaboración de alimentos, la construcción de templos, el arte y la música ritual y un sin número de otros indicadores, cambian radicalmente el concepto de lo “primitivo” y lo cambiarían mucho más si no fuera por las dificultades casi insalvables que se presentan para acceder a un mayor conocimiento de los logros materiales de aquellos hombres primeros. Lo que surge nítidamente de esto es que dada la similitud y la dispersión geográfica (que prácticamente abarca los actuales cinco continentes) de los objetos encontrados y sobre los cuales se basan los estudios antes citados, podemos hablar sin ninguna duda acerca de la existencia de una cultura madre (o mejor dicho, de un horizonte cultural común e inicial) que debido a los constantes desplazamientos poblacionales y al relativo aislamiento geográfico en el que pudieron encontrarse ocasionalmente durante espacios de tiempo relativamente prolongados, los distintos pueblos, fueron experimentando procesos particulares (determinados fundamentalmente por la influencia que tiene el medio en la cultura) y diferenciados unos con otros y que en una etapa posterior (debido a su desarrollo y expansión) fueron interactuando y aculturándose mutuamente propiciando un proceso de homologación cultural, de nivelación de las que (ahora sí) las “grandes civilizaciones de la antigüedad” fueron solo un momento de síntesis, de concentración y si se quiere, de transgresión y de salto hacia delante, de verdadero avance civilizatorio. Esto es totalmente distinto, radicalmente opuesto aunque no lo parezca, al mito civilizatorio del capitalismo, que pone en manos de un puñado de hombres (o sea de una “raza superior”) los avances de la humanidad y deja en un cono de sombra toda aquella cultura que no sea su antecedente directo. La historia no empieza con la escritura sino con el hombre. La civilización occidental no es un milagro del universo, sino el producto de una empresa colectiva que ha sido el desarrollo humano. La cultura occidental es en sí un proceso original, pero también es producto de la apropiación del conocimiento y los valores culturales de otros pueblos como los nuestros, que se desarrollaron en otra dirección, sobre una doble vectoralidad. Pueblos no objetivados con un alto grado de coherencia vital, donde todo y absolutamente todo lo material podía ser explicado y comprendido como una traducción al plano de lo concreto de una cosmogonía donde el hombre se reconciliaba con el universo a través de lo sagrado . La “barbarie” tiene por tanto mucho de maternal, de contenedora, de afectuosidad y equilibrio y muy poco de bárbara y la “civilización” tiene por cierto mucho de incivilizada. El único parámetro válido para medir el grado civilizatorio de un pueblo, es quizás, su angustia, porque la angustia es impotencia, es no poder ser y no es para otra cosa que nacemos a la vida. Todo lo demás es manipulación interesada, es convencernos de una incapacidad genética que cargamos en las venas y que ha determinado ya de antemano cual será nuestro destino sobre la tierra. El mundo occidental y cristiano es un mundo bastante ecléctico, quizás por que Europa fue durante miles y miles de años, un punto de encuentro de pueblos y culturas muy distantes y diversas. Decíamos recién de que se puede hablar de una “cultura inicial” de la que sin duda Europa formó también parte, pero una breve cronología de occidente, de sus “préstamos” culturales, nos puede ayudar sin duda a comprender la esencia de su mito civilizatorio. El primer préstamo fundamental lo obtuvo de los pueblos del oriente próximo, donde estas investigaciones de las que hablábamos más arriba han encontrado la mayor cantidad de evidencia para sindicarlos como uno de los principales y más tempranos polos de irradiación cultural. Otro momento sin duda es el que tiene que ver con los antecedentes y el surgimiento de la cultura helénica, que por otra parte es la que empieza a contactar a través de sus actividades ultramarinas con otros grandes centros de irradiación y con pueblos en otro estadio de civilización en el mismo continente, lo cual provoca por un lado una cierta apropiación de elementos extrínsecos y por otro le confiere un rol civilizador con respecto al resto de sus vecinos. Este proceso se intensificará y se hará más evidente, durante el período romano (heredero y continuador de aquella obra) que por su condición de gran imperio contactará, dominará y en gran medida asimilará a las más disímiles e importantes culturas de Eurasia y norte de Africa. Este proceso si se quiere de gran autonomía y que se convertiría en el ícono cultural de occidente (en la figura de la Grecia clásica o si más abarcativamente, de la cultura grecorromana) va a ser interrumpido abruptamente por la irrupción de las “hordas salvajes” de las estepas y he aquí la marca de occidente, la edad media va a ser una era oscura, de retroceso cultural con respecto al horizonte anterior y no va a ser hasta el Renacimiento (ya embarazada de capitalismo) que occidente recuperará su antiguo legado, aunque será tan hija de la lira como de la impiedad de las estepas. Con esa mística, con esos torrentes aún coagulados en la sangre es que Europa se lanza a la conquista del mundo, en una empresa titánica y despiadada que se extiende hasta nuestros días. Es por esto, que podemos decir que el mito de occidente es ante todo un mito guerrero, un horizonte que busca expandirse y poseer y que hastiado ya de engullir no puede parar de devorar aunque en ello se le vaya la vida. Esta es la percepción que desde cualquier punto del planeta se tiene hoy del occidente cristiano: insaciabilidad del espíritu, impiedad, sin razón. Estas ansias de poseer materialmente es la objetivación de la que hablábamos más arriba. El mito civilizatorio occidental (como lo apuntáramos en “el Partido revolucionario y la batalla cultural en América”) no puede dejar de ser funcional a los intereses del capitalismo, necesita para poseer, desarticular, disgregar, desinstalar la memoria, el legado cultural, la cosmovisión de los pueblos. Necesita subestimar, denigrar y prostituir la dignidad de los diferentes. Necesita educarlos y hacerlos devotos de sus cancerberos. Pero en su propia fuerza está su debilidad. El pensamiento occidental es un pensamiento “cojo” ya que se mueve unidireccionalmente, sobre un solo vector, pura y exclusivamente sobre el plano material y su angustia es tan grande como su ambición. La subversión del orden natural, el patio de los juguetes donde jugamos nunca podrá dar respuesta al problema fundamental de la filosofía: “al por que y para que del hombre y de la vida misma”. Las nociones de desarrollo, progreso y civilización, han sido solo las herramientas de un etnocentrismo atroz y lo siguen siendo. Un etnocentrismo que ha edificado un mito que para convalidar el espanto y la ambición ilimitada de una elite de “hombres superiores” de “guerreros civilizadores”. Todo, incluso el desarrollo científico/tecnológico ha estado casi de manera exclusiva al servicio de la reproducción de los objetos. El propio “socialismo real” no ha sido en muchos aspectos, más que una variante de este mito y creo que ha eso se refería el Che cuando decía que no le interesaba el socialismo si solo era un simple método de distribución de la riqueza, porque en última instancia, lo que no redunde en la felicidad del hombre será antinatural, anticivilizatorio. Ha sido el mito de la civilización el que no solo ha pretendido convencernos de nuestra inferioridad material sino hasta genética. No solo la teoría de las razas, sino que cada imperio a su turno se arrogó el parentesco por línea directa del hombre primigenio. Neandertal, Cro Magnón, son nombres de ciudades europeas que se han vuelto sinónimos del hombre primigenio. Ha sido tan grande la necesidad de convalidar el mito que llegaron a fraguar evidencia arqueológica como fue el caso del “hombre Piltdown” (1912) denominado el “hombre de los albores”, no era otra cosa que un cráneo medieval con mandíbula de orangután, pero los ingleses mantuvieron durante casi 50 años el origen “británico del hombre”, cosa casualmente muy conveniente para una potencia colonialista. Los norteamericanos hicieron lo propio con la teoría de “primero Clovis” que ubicaba al hombre más antiguo de América dentro de su territorio, hoy se sabe que fue al revés, que las migraciones fueron Sur/Norte y no Norte/Sur, también se sabe (aunque no les guste a los pálidos habitantes del primer mundo) que nuestro abuelito más recóndito era negro y africano. Toda esta gran mentira le ha costado la vida ha millones y millones de personas, ha destruido pueblos y civilizaciones enteras, ha depredado territorios y amenazado seriamente, como lo vemos hoy, la vida misma del planeta. Bárbaro, caníbal, hereje, incivilizado, no son solo adjetivos, son actas de ejecución firmadas por las elites mesiánicas que gobiernan el mundo, las mismas que ayer quemaban en la hoguera a los diferentes, hoy bombardean ciudades por no adoptar su cultura, su sistema de organización social o de gobierno, por no respetar (y esto es tragicómico) los derechos que ellos vienen violando desde el fondo mismo de la historia. El discurso que George Bush dirigiese al mundo después de los atentados de New York es espeluznante si lo analizamos a la luz de lo planteado en estas líneas y sin duda y por desgracia va a producir un cambio drástico en la vida de todos los que habitamos este planeta. Mas allá de lo repudiable de esos atentados (en el sentido de los miles de inocentes que murieron) si esas imágenes transmitidas por la CNN fueran un filme cinematográfico, no podrían llevar otro título que: “Cosecharás tu siembra”. Lo que pasó en New York, es lo que han hecho los EEUU y las naciones de Europa toda la vida desde que existen como naciones extramuros de las grandes metrópolis, de esa manera y no de otra, han pretendido “civilizar” a los “bárbaros”. El mundo en que vivimos y los tiempos que vendrán solo pueden ser entendidos mediante esta lógica. El “sentido común” de los hombres del tercer milenio fue edificado a lo largo de varios cientos de años, de a poco con sutileza, con medias verdades, con falsos ejes, subliminalmente y también de forma descarada ya sea a través de la violencia, la intriga o el fraude científico. “Dios guarde a los EEUU” es como decir “Cristo guarde a Pilatos”. El mundo no resistirá una nueva cruzada. Los inquisidores siempre han mostrado a lo largo del tiempo ser réprobos y perversos. No podemos seguir negociando el derecho a la vida y ese es un derecho que se conquista al nacer, se nazca donde se nazca, se tenga el color que se tenga, se hable el idioma que se hable, se adore a quien se adore, se sueñe con lo que se sueñe. La civilización es la libertad, el ser plenamente. No hay razas superiores ni pueblos bárbaros, solo hay caminos convergentes. La historia es una empresa colectiva y el nuevo estadio civilizatorio tendrá que ser hijo de un pensamiento total, un pensamiento que restaure el orden natural, el del hombre como centro de la creación, que ponga al servicio de la eclosión de todas las potencialidades humanas, los bienes materiales, espirituales y cognitivos que ha producido la humanidad de manera conjunta desde que el hombre es hombre sobre la tierra. El socialismo o como se llame en los tiempos que vendrán, no puede ser más que una cultura de la entrancia, la civilización del amor en todas sus formas. Una civilización (retomando a Engels) donde volvamos al útero reparador de la barbarie, después de haber alcanzado el máximo grado de desarrollo del que seamos capaces. Notas 1 La edad de los robots que no solo son inteligentes sino que también se reproducen, de la biotecnología, la cibernética y la decodificación del genoma humano. Fukuyama, Bill Joy y otros, sostienen que hoy la ciencia estaría en condiciones de lograr lo que la ingeniería social no a podido. 2 El consumismo tiene que ver en lo fundamental, conque el individuo centre su vida en el acceder a determinados productos, que por otro lado el mercado mismo le va imponiendo a cada momento. Frei Beto decía en una charla: “antes era el hombre el que le imprimía valor a los objetos, ahora son los objetos quienes le dan valor al hombre”. 3 Rodolfo Kusch, filósofo y antropólogo argentino autor entre otros trabajos de “América Profunda”. 4 Se refiere esta expresión al carácter retardatario y conservador que han asumido el dogma de muchas iglesias frente al conocimiento y la razón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario